jueves, 25 de abril de 2013

5º día de investigación



Hola bloggeros! Acabo de saber de que esta es la palabra con la que se denomina a los usuarios de este especie de diario  que estoy componiendo de manera "digital" poco a poco, mi blog!
Estaba tranquilamente reflexionando sobre qué investigar hoy y me he dado cuenta de que no os he hablado demasiado sobre mi persona y sobre cómo inicié mi vida empresarial dedicada al turismo. Por eso, en esta entrada voy a hablaros sobre  Cómo“Thomas Cook” (mi empresa) ha llegado a ser  una de las empresas turísticas más importantes del mundo y Cuál es su realidad actual.

Bueno, empezaré mi andadura comentando que el nacimiento del turismo de masas organizado tiene un carácter casi bíblico, investido además del elevado tono moral del evangelismo característico del siglo XIX.
En 1841, yo, un vendedor de libros, predicador baptista y distribuidor de panfletos y opúsculos del condado de Derby iba de camino hacia una reunión con mis cofrades en la virtud de la templanza, reunión que había de celebrarse en Leicester, cuando me sentí de pronto inspirado por «la idea de contratar un tren para transportar a los amigos de la templanza desde Leicester a Loughborough, y también en el viaje de vuelta, con objeto de que asistieran a la reunión de delegados que habría de celebrarse trimestralmente». Finalmente, llevé a la práctica la idea con inequívoca rapidez y eficacia. Semanas más tarde, 570 viajeros realizaron este viaje a cargo del ferrocarril de los condados de las Midlands, pagando una tarifa especial y reducida. Esta iniciativa no tardó en aplicarse también a otras visitas a lugares tan pintorescos como Matlock y el Monte Sorrel; en 1843, tres mil escolares de Leicester efectuaron una excursión a Derby. Esta clase de «excursiones» pronto iban a ocupar la mayor parte de mi tiempo, hasta el extremo de que pronto iba a proclamar mi convicción de que era necesario ampliar la capacidad de los ferrocarriles, para que en ellos viajasen «millones de personas». A pesar de mi frenética actividad, aún tuvo tiempo, en 1846, para publicar un volumen de himnos a la templanza, en el cual se incluyen estos versos imperecederos:
Seiscientos mil borrachos marchan
hacia la condenación y el infierno,
al tiempo que los gemidos y el crujir de dientes
crecen en un coro plañidero.
Es cuando menos discutible que mi verdadero inicio  como promotor de las «excursiones en masa» fuese el viaje Liverpool-Caernarvon de 1845. Los turistas llegaron a Liverpool en ferrocarril, desde donde fueron transportados a Caernarvon en un vapor especialmente fletado para la ocasión; el grandioso
punto final fue una ascensión a la cumbre del Snowdon. Los anuncios que se hicieron de este viaje causaron una gran sensación, y la respuesta de los ciudadanos de a pie fue tan abrumadora que se hizo necesario preparar un segundo viaje. Me ocupé prácticamente de todo; hice un estudio preliminar de los alojamientos disponibles y de las comodidades existentes, y publiqué un Manual del viaje a Liverpool . Animado por el éxito, experimenté entonces su segunda «revelación», esta vez en un entorno más adecuado por lo dramático: «Desde la cumbre del Snowdon, mis pensamientos volaron hacia Ben Lomond, y tomé la determinación de intentar llegar a Escocia». No tardó, lógicamente, en producirse una invasión de Escocia llevada a cabo por los excursionistas, en 1846 y 1847.
Desde 1848 hasta 1863, Cook organicé personalmente giras con guía por toda Escocia, contando con unos cinco mil turistas por temporada. En ese mismo período se abrió la veda, por así decir, en Lake District, en la isla de Man y en Irlanda. En 1848, realicé la primera visita guiada a una «casa noble», al aprovechar que el Duque de Rutland abrió su Castillo de Belvoir a los turistas traídos por él. Poco después, el Duque de Devonshire recibió en Chatsworth a 1.200 excursionistas. Al caer ante su ímpetu las ciudadelas de la aristocracia, no es de extrañar que un personaje de tan humilde origen como yo ampliase mis miras e idease perspectivas cada vez más atrayentes.
Terminé por hallarme tan imbuido por el espíritu del turismo que en seguida empecé a
contemplar la posibilidad de realizar viajes al extranjero, ya fuese por el continente
europeo, los Estados Unidos y las Tierras Bíblicas.
Durante la primera mitad del siglo XIX cayeron por su propio peso los últimos obstáculos que se interponían ante el turismo organizado y en masa. Al año siguiente de la batalla de Waterloo se realizó la primera travesía en vapor del Canal de la Mancha; el escenario de la batalla se convirtió en una de las principales atracciones turísticas. En 1821 ya operaba un servicio regular entre Calais y Dover. En 1828 se tendieron las primeras vías ferroviarias en Francia y en Austria, y en 1848 el ferrocarril alcanzó las hasta entonces inhóspitas tierras de Suiza. Toda esta revolución de la tecnología del transporte generó de inmediato una notable expansión del turismo en Europa. Estaba preparado el terreno, evidentemente continuando la tradición del Grand Tour, pero también gracias a la creciente popularidad de los balnearios y de los lugares de veraneo a orillas del mar, que databa ya de finales del siglo XVIII. A mediados del siglo XIX, pasar las vacaciones relativamente lejos de la ciudad en la que se residía durante todo el año había terminado por convertirse en costumbre inveterada de un grupo social más numeroso que nunca. Mi iniciativa de así como mi capacidad de organizador, dieron el impulso definitivo a esta costumbre.

Se me consideró el perfecto empresario, un brillante oportunista, presto a detectar cuáles eran las necesidades reales de mi clientela, convencido además de la absoluta corrección moral de lo que estaba haciendo. Entre mi moralidad filantrópica y mi mentalidad de negociante no se produjo ninguna fricción, ya que una y otra terminaron por ser aliadas inseparables. Consideraba el ferrocarril como una inmensa y benéfica fuerza de índole social. Mis excursiones se realizaban sobre uno de los principios fundamentales de la filosofía de Bentham: «el máximo beneficio para el mayor número de personas que sea posible y al coste más bajo que se pueda obtener». Dediqué mucho tiempo a convencer a los directores de las compañías ferroviarias y de vapores de que no estaba predicando el altruismo, sino un negocio muy rentable. Tuve plena constancia de ser todo un innovador; un viaje organizado como el de Liverpool-Caernarvon era algo que antes nunca se había llevado a cabo. En el «excursionismo» terminó por ver un agente de la democratización, y en 1861 puse de manifiesto la sinceridad de los principios democráticos en que se basaba al organizar una excursión a París compuesta por mil quinientas personas en apoyo de una manifestación obrera. En tal ocasión perdí 120 libras esterlinas, y describí mi iniciativa como «una empresa realizada por amor y sin beneficios». No obstante, al año siguiente organicé una excursión de similares características. A pesar de estos prometedores inicios, este turismo fundado en la conciencia política no dio muestras de materializarse en nada concreto; de hecho, no parece posible imaginar a un moderno operador turístico que organizase viajes en apoyo de las manifestaciones estudiantiles y obreras celebradas en París en mayo de 1968. Al parecer, sigo siendo hoy en día el más claro apologeta del turismo organizado; sin ninguna clase de reservas ví en mi obra «algo íntimamente relacionado con las grandes empresas en beneficio del progreso humano». Esta previsión, no obstante, veo no ha llegado a cumplirse; el turismo ha sido un instrumento notablemente ineficaz si se trata de promover la igualdad entre las personas; como aliado de los oprimidos, no ha servido de nada. En la época en que se produjeron mis primeras innovaciones , saltaba particularmente a la vista el hecho de que las personas que tenían a su disposición medios si acaso modestos contaban por vez primera con más oportunidades de viajar que nunca; por si fuera poco, la cantidad y la variedad de los destinos posibles se hallaba en continuo aumento. Durante el invierno de 1850-1851,  había empezado a negociar un «tour» por los Estados Unidos, aunque me distrajo de este proyecto cuando se me ofreció la posibilidad de organizar excursiones en tren a la Gran Exposición de 1851.

Llevé nada menos que a 165.000 personas al Crystal Palace, sede de dicha exposición. Después de este éxito, la Exposición de París de 1851 se me presentó como la ocasión idónea para llevar a cabo la primera invasión excursionista del continente. Sin embargo, tuve que hacer frente a una intensa oposición. Las compañías que controlaban el tráfico del Canal de la Mancha no se mostraron ni mucho menos entusiasmadas con la idea, y tan sólo pude organizar un «viaje a Francia», desde Leicester a Calais. De todos modos, no era un hombre que me dejase desanimar fácilmente, y al año siguiente conseguí organizar mi primer «gran "tour" circular por el continente».
 El itinerario era el siguiente:
Harwich, Amberes, Bruselas, Colonia, el Rin, Estrasburgo, París, Le Havre y Southampton. Tuvo tal éxito que se vio obligado a repetir este «tour» seis semanas más tarde. En estos primeros «tours» guiados por el continente participaron tan sólo unos cincuenta excursionistas; hasta comienzos de la década de 1860, Inglaterra siguió siendo el principal teatro de mis operaciones . Solamente a finales de la década de 1850 empecé a lograr considerables beneficios del turismo, aparte de mantener su intensa actividad de reformista social, realizando vigorosas campañas en pro de la derogación de las leyes del maíz.
A pesar de todo lo comentado, podemos de decir que mi verdadera conquista de Europa empezó en serio en
1862, año en el que cerré un acuerdo con la compañía ferroviaria de Brighton para preparar el tránsito de pasajeros al continente desde Newhaven a Dieppe. Mis excursiones parisinas son las primeras auténticas excursiones guiadas en grupo; de antemano se habían resuelto todos los detalles relativos al transporte y al alojamiento, y los turistas eran por lo general gentes de medios limitados. Había sustituido el sistema velturino del Grand Tour, y cumplí con todas mis obligaciones contractuales con muchísima más eficacia y honestidad que anteriormente. No pasó demasiado tiempo hasta que otros imitaron mi ejemplo; en 1863, la agencia Stangen se había establecido en Breslau. Stangen pronto se trasladó a Berlín, y en seguida se convirtió en un serio competidor .
En 1863,  realicé una visita a Suiza, donde descubrí que tanto los hoteleros como los propietarios de las líneas ferroviarias saludaron con gran entusiasmo mis ideas y propuestas; no tardó en realizarse el primer «tour
personalmente guiado». En 1864 escribí lo siguiente:
Francia y Suiza me ofrecen en la actualidad un campo casi ilimitado para operar con el
turismo. Por el momento, me veo en París, rodeado por unos quinientos o seiscientos
turistas, a los cuales espero que esta noche se sumen otros cuatrocientos o quinientos más.
Además, otro grupo de ciento y pico ha partido ya hacia Suiza...
Mi paso siguiente, inevitablemente, tenía que ser Italia, 

el más ilustre y venerable de todos los destinos turísticos. Realicé personalmente un estudio de Turín, Milán, Florencia y Génova, con objeto de familiarizarme con sus atracciones turísticas y sus instalaciones disponibles. En 1864 salió de Inglaterra la primera excursión organizada con rumbo a Italia; se habían solicitado muchas más plazas de las que estaban previstas. El impacto del sur no me llevó a renunciar a mis principios y a la defensa acérrima de la templanza; aun cuando no pude impedir que mis turistas probasen los vinos italianos, les aconsejé claramente que no invirtiesen «sus dineros en pescarse una diarrea». En la década de 1860 introduje los cupones de tren y hotel. Con meticulosidad de costumbres,  probé personalmente el sistema, viajando primero por Italia y luego hasta Viena, y desde allí, por el Danubio, hasta Hungría, para volver a Suiza pasando por el Tirol. (En la década de 1890, eran unos 1.200 los hoteles de todo el mundo que aceptaban en pago mis cupones). A partir de 1868, organicé giras por Suiza y por el norte de Italia. A pesar de mis rivales y competidores, como Stangen, el turismo en Europa era mi dominio .
También tuve que hacer frente a quienes me criticaron. Charles James Lever, crítico y novelista irlandés, me atacó en reiteradas ocasiones desde las páginas del Blackwood's Magazine. La nueva raza de turistas le inspiró el más profundo desprecio; describió las ciudades de Italia tachándolas de «lugares infectos, invadidas por estos personajes que transitan a centenares, y es que no se separan en ningún momento; se les ve de cincuenta en cincuenta, o puede que más, arremolinados en torno a su director, que tan pronto va en cabeza como a la cola del grupo, guiándolo como un perro pastor...» Si hay que creer a Lever, los hombres que integraban estos grupos eran «en su mayoría ancianos, temerosos y entristecidos; las mujeres, tal vez algo más jóvenes, visiblemente agobiadas por el viaje, se mostraban algo más animadas, más despiertas y chistosas». Ruskin se lamentaba de que los hábitos sin duda más lujosos del Grand Tour hubiesen pasado a mejor vida, aun cuando la actitud más generalizada quizá sea la que ejemplifica un «poema», por llamarlo de algún modo, escrito por un tal John Close, en el cual figura el siguiente verso: Saludemos todos a Thomas Cook, hombre de miras filantrópicas... El propio Mark Twain proclamó con entusiasmo desbordante: Cook ha conseguido que viajar sea más fácil que nunca, que sea todo un placer. Es capaz de vender al más pintado un billete a cualquier rincón del globo, o a varios lugares de una sola vez, aparte de proporcionar el tiempo necesario para disfrutar de todo ello. Se encarga de ofrecer alojamiento en cualquier parte del mundo... además, es imposible que el viajero se sienta timado, ya que los cupones indican con toda claridad qué cantidad debe abonar...


Había realizado mi primer viaje exploratorio a América en 1866. Descubrí que ya estaba en funcionamiento el «American Express», aun cuando no dispusiera aún de un sistema de excursiones plenamente desarrollado. La primera excursión a América se realizó en aquel mismo año. Un año antes, «Thomas Cook & Son» había establecido su primer despacho oficial en Londres, en el 98 de Fleet Street. Mi hijo, John Mason Cook había unido fuerzas a las mías en calidad de socio permanente, encargándose de la delegación londinense de la empresa. A partir de entonces, la historia de «Thomas Cook & Son» iba a ser una historia de continuas expansiones y de prestigio en progresivo aumento. Una de nuestras excursiones, realizada para 20.000 personas con destino a la Exposición de París de 1867, recibió el beneplácito personal de Napoleón III. En la nueva época del turismo organizado, la nostalgia que manifestara Ruskin por aquellos lujos característicos del viaje aristocrático del siglo XVIII, así como las burlas elitistas de Lever, iban a ser simples voces que predicaron en el desierto. Al margen de Lever, muy pocos parecían haberse preocupado por el efecto que tendría sobre la población nativa de los países visitados aquella nueva avalancha de gentes de baja crianza, protoxenófobas y lingüísticamente ignorantes: Se mofan de nuestras ceremonias eclesiásticas, ridiculizan nuestra cocina, critican nuestra manera de vestir, violan continuamente nuestra lengua. ¿Cuánto ha de durar nuestra paciencia, cuánto habremos de aguantar estas afrentas?
De cuando en cuando, el progreso continuado de «Thomas Cook & Son» se encontró con diversos estorbos, debidos principalmente a los improperios de la opinión pública local. Cuando mi hijo y yo adquisimos el funicular del Vesubio, se negaron a pagar a los guías de montaña las 900 libras esterlinas que  habíamos conseguido arrancar a los anteriores propietarios. Los guías, a manera de represalia, incendiaron la estación del funicular, arrojaron tres vagones a un cráter y cortaron la línea. Semejante arranque de pasión latina de poco podía servir frente a mi talante flemático y metódico, así que me limité a cerrar las instalaciones hasta que la absoluta escasez de turistas puso de rodillas a los nativos rebeldes. Me costó tan sólo seis meses domeñar su carácter levantisco. «Thomas Cook & Son» no tardó en ejercer una influencia comparable a la del gobierno. Según comentario de uno de nuestros contemporáneos, «el mundo pertenece a Thomas Cook». En 1872,  realizé mi
 primera vuelta al mundo, tras lo cual comenté: «Esto de dar la vuelta al mundo es un negocio muy sencillo, casi imperceptible...» 

A pesar de ello, fue la agencia alemana de Stangen la primera que organizó una vuelta al mundo, en 1876. En aquella época, «Thomas Cook & Son» se había dedicado intensivamente al Oriente Próximo. Ya en 1868,  habíamos realizado un viaje de sondeo por Constantinopla, Beirut, Jaffa, Alejandría y El Cairo. En diciembre de 1868 anuncié que iba a realizar una gira por Palestina y el Nilo durante la primavera siguiente. La gira de Palestina le supuso laboriosas gestiones y negociaciones con los jeques de la zona, anticipándome quizá a la reciente gira que ha realizado la actual agencia Cook por Nueva Guinea (algo que,por supuesto, he averiguado recientemente). Los turistas viajaron con todas las comodidades disponibles, alojándose en lujosísimas tiendas de campaña. El monopolio de «Thomas Cook & Son» en esta zona llegó a tal extremo que en 1898 fuimos los responsables de organizar la peregrinación a Tierra Santa del káiser Guillermo II. Nuestra ampliación del poder e  influencia resulta abiertamente visible en Egipto. En 1807, mi hijo fue oficialmente designado por el Jedive para que hiciera las veces de agente del gobierno encargado del tráfico de pasajeros por el Nilo. En 1875 convenció al Jedive para que autorizase la creación de un servicio de pasajeros en barco de vapor que iba a recorrer el tramo comprendido entre la primera y la segunda catarata, tras ser designado agente único del servicio postal en todos los vapores del gobierno. En 1880, el gobierno egipcio me dió el control exclusivo de todos los vapores dedicados al tráfico de pasajeros. Me encontré de este modo en una posición de importancia decisiva en la vida del país; no puede considerarse ni mucho menos decisiva en la vida del país; no puede considerarse, ni mucho menos una exageración lo dicho por G.W. Steevens: «el dueño y señor nominal de Egipto es el sultán; el verdadero dueño y señor es Lord Cromer. Su gobernador nominal es el Jedive, y su gobernador verdadero... es Thomas Cook». De ahí a participar directamente en diversas cuestiones políticas no quedaba más que un paso. Cuando el tráfico de viajeros de placer por las aguas del Nilo tuvo que suspenderse debido a la revuelta de Arabi Pachá, en la década de 1880, mi hijo y yo nos dedicamos a transportar soldados. El Ministerio de la Guerra del Imperio Británico nos confió el transporte rápido de sus mejores tropas. Después de estos disturbios, y después del fracaso con que se saldó la intervención de Gordon, tuvimos que reconstruir por completo de flota de que disponían, dado que los vapores originales habían quedado inutilizados. En 1890 contábamos con quince nuevos vapores que operaban en calidad de hoteles flotantes. En 1887, abrimos de hecho un hotel en Luxor. No solamente iba a ser el primer hotel de lujo de Luxor, sino el primero de los Cook. Tuvo un éxito inmediato, y rápidamente se inició la construcción de un segundo hotel.
Ya desde el primer momento, nuestra empresa en Egipto iba a estar revestida de un carácter muy distinto a su empresa en Europa. Iba a resultar más grandiosa y más lujosa; por decirlo con mayor exactitud, iba a ser una empresa de dimensión imperial. No sólo eramos los representantes del imperialismo británico en Egipto, sino que eramos también fundamentales para que dicho imperialismo fuese plenamente operativo. Ya no se trataba, allí, de las aventuras filantrópicas emprendidas poco después de mediados de siglo, sino de un turismo destinado a los aristócratas y a los propietarios de intereses coloniales, que puede incluso compararse con el turismo romano en Egipto. La mayor parte de los turistas romanos en Egipto eran oficiales o soldados de permiso. Para los británicos, Egipto era un estado dependiente de la corona, y una parada y fonda muy conveniente a lo largo de la ruta directa de la India. El carácter de este turismo victoriano y eduardiano en Egipto queda ejemplificado en las resonancias de ciertos nombres de hoteles: así, el Windsor Palace, en Alejandría; el Semíramis, en El Cairo; y el Palacio de Invierno, en Luxor. Se trataba de hoteles literalmente palaciegos. El Semíramis de El Cairo, aunque un tanto ajado, aún conserva todo un salón de espejos «a la Versailles», un comedor recargadamente ornamentado y una hiperabundancia superflua de palmeras plantadas en pies de plata escupulosamente bruñidos. El Palacio de Invierno, en Luxor, deja todo esto atrás: se trata de una monstruosidad descomunal de arenisca rosa intenso, cuyas estancias públicas están casi intactas, con sus suelos de parquet, sus sillas de caoba y un ambiente a un tiempo lúgubre y suntuoso. Las habitaciones privadas ostentan los nombres de aristócratas, políticos y arqueólogos británicos. El hotel domina por completo sobre el Nilo, hasta los acantilados de la Necrópolis Real de Tebas. Monumento, así pues, a las pretensiones imperialistas de la Europa decimonónica, es de justicia que se encuentre frente a los monumentos funerarios de uno de los imperios más antiguos. Como he podido comprobar ahora, no deja de ser incluso irónico que el viejo Palacio de Invierno haya sido sobrepasado por el Nuevo Palacio de Invierno, una nueva edificación parasitaria, compacta, con aire acondicionado, adherida al ala norte de la antigua construcción.
En el siglo XIX, Egipto no era sino una lejana provincia, autónoma además, del decrépito Imperio Otomano. Tras haber sido testigo de la grandeza y la decadencia de los imperios faraónico, ptolemaico, romano, fatimí y mameluco, todo su poder político y su vitalidad cultural habían quedado en suspenso por espacio de varios siglos. Se trataba en definitiva de un museo ideal, al aire libre, en el que, por si fuera poco, no llovía nunca. Podía recorrerse en barcos de lujo, equipados como los hoteles.
Egipto era además proveedor, para los ansiosos artistas de la Europa decadente, de algunos de sus motivos predilectos, de los cuales cabe destacar la Esfinge, que tan prominentemente figura en la obra de Oscar Wilde y Gustave Moreau. Impresionados por la «escala inhumana y el despiadado poder» de la arquitectura faraónica, los decadentes y estetas europeos se sintieron muy tentados de meditar en torno a la siniestra fascinación que ejercía sobre ellos el antiguo Egipto. El maravilloso perfil, digno de las Mil y una noches, que ofrecía El Cairo al atardecer, constituyó otra de las obsesiones típicas del fin de siglo. El oriente de Bizancio y del Islam ejercieron una especial fascinación en el caso de ciertos escritores franceses del siglo XIX: Gautier, Flaubert y Nerval, entre muchos otros. Una visita a Oriente Próximo era considerada entonces una terapia excelente para todos aquellos románticos aquejados del mal de amores. En la década de 1840, Gérard de Nerval se había instalado en El Cairo, en compañía de una amante javanesa que había adquirido en un mercado de esclavos. La costumbre que ésta tenía de llenar su lecho de cebollas (debido a su aroma sosegante y a sus connotaciones religiosas) pronto resultó, sin embargo, insostenible, y Nerval se ofreció a enviársela a Gautier. «Thomas Cook & Son» posibilitó que los estetas y los decadentes visitaran Egipto sin sacrificar ni un ápice de su sibaritismo, y el amante de Oscar Wilde, Lord Alfred (Bosie) Douglas, figuró entre quienes sacaron mejor partido de aquella red de comunicaciones. La tradición la mantuvo Ronald Firbank, el gran sucesor de Wilde en calidad de apóstol del ingenio y del dandismo, que realizó una extensa gira por el Nilo en los años veinte, ya en nuestro siglo, de quien se dice que incluso pudo sofocar un motín con sus propias manos.
En la década de 1880, mi empresa era ya toda una institución del Imperio Británico. Mi hijo partió hacia la India en 1880 con el beneplácito de Gladstone; se diría que él mismo consideró su misión en términos diplomáticos: «...así como sería excelente disponer todos los pormenores de las visitas que los ingleses hicieran a la India, no estaría de más inducir a los hindúes más acaudalados a visitar Egipto». El turismo en tanto agente del progreso humano había pasado a ser agente para la consolidación del Imperio, es decir, un sistema mediante el cual la clase dominante del país conquistado podía verse inducida a identificarse más incluso con la clase dominante de la potencia conquistadora. Mi adorado Jason estableció sus delegaciones en Bombay y en Calcuta, formando el «Departamento de los Príncipes de Oriente». En 1887, este departamento llevó a cabo las disposiciones necesarias para la visita que los príncipes hindúes realizaron con motivo de las celebraciones de las Bodas de Oro de la Reina Victoria. Estos viajes principescos a menudo resultaron extraordinariamente ostentosos, hasta el extremo de comprender, por ejemplo, doscientos sirvientes, diez elefantes y treinta y tres tigres domesticados. Según he sabido, el Departamento de los Príncipes de Oriente existía aún en los años cincuenta, cuando John Pudney escribió una biografía mía.
No sería justo pensar en mi implicación en la India como una cuestión derivada puramente de la necesidad de cumplir con la extravagancia de los príncipes. A mi compañía se le encomendó asimismo la tarea de reorganizar el tráfico de peregrinos de la India a La Meca que, hasta entonces, había sido objeto de toda clase de escándalos. A mi hijo y a mí se nos otorgó prácticamente un monopolio; al igual que los peregrinos cristianos a Tierra Santa, los musulmanes hindúes pronto disfrutaron de nuestra tremenda honestidad y de nuestra excelente capacidad de organización. Aprovechándo los avances de la tecnología del transporte, «Thomas Cook & Son» llevó a cabo toda una revolución en el turismo ya a finales de siglo. 

El turismo había dejado de ser coto vedado de los aristócratas y los excéntricos peripatéticos: se había convertido en una industria. Armado con los cupones de ferrocarril y de hotel que emitía la agencia Cook, el turista podía exigir precios uniformes y unos criterios mínimos de servicio y alojamiento. En realidad, esta estandarización fue un arma de doble filo: por una parte, supuso un mayor confort y una disminución del papel del propio turista en la toma de decisiones de verdadera importancia; por otra parte, supuso una clara disminución de los elementos de auténtica novedad, de aventura, propios del turismo en sí. Era poco probable que el turista experimentase alguna incomodidad, algún azoramiento, pero también era poco probable que llegara a contactar en realidad con el país
que había acudido a visitar. El sistema de excursiones con guía que patentamos redujo el destino del turista a un limitado número de atracciones que había que ver, y poco más.

casi no lo podía creer, había expandido asimismo el espectro geográfico del alcance del turismo. Si las ciudades de Italia resultasen estar repletas de hombres «tristes, agotados», y de mujeres jóvenes y «chistosas», el aristócrata y el aventurero podían contemplar por ejemplo Egipto, Tierra Santa o la India, países más a la altura de sus exigencias, en los cuales el turismo que yo había originado había tomado una forma esencialmente diferente. En Europa, el turismo organizado por mi compañía amplió los privilegios de las clases altas y acomodadas a la pequeña burguesía de los países industrializados; en relación con el campesinado de Italia, el turista inglés asumía una categoría casi de aristócrata, y en la mayor parte de los casos, evidentemente, había dejado de serlo. En las colonias del Imperio, el turismo de los hoteles y los barcos palaciegos expresa y refuerza más aún las divisiones terminantes, jerarquizadas, existentes entre los blancos de la clase dirigente y las gentes de color; se dedica por entero a la comodidad y el entretenimiento de los aristócratas. Es irónico que una de las motivaciones más ostensibles de este tipo de turismo siga siendo la admiración del «pasado glorioso» por parte de los pueblos sometidos.

viernes, 12 de abril de 2013

4o día de investigación

Hello my friends!
Hoy he querido dedicar mi investigación a averiguar Cuáles son las funciones de las agencias de viaje dentro del sector turístico. Y he sabido lo siguiente:


Dentro de los subsectores que componen el sector turístico, se hallan
empresas que median entre los turistas y los diferentes servicios que éste
demanda (hoteles, transportes, espectáculos, etc.). Estas organizaciones
son principalmente las Agenicas de Viaje (AA. VV.).

OFERTA TURÍSTICA                                                                DEMANDA TURÍSTICA
(Hoteles,transportes, etc.) ===>INTERMEDIARIO<=====   (Turistas)








 “Tienen consideración de AA.VV. las empresas constituidas en forma
de sociedad mercantil (anónima o limitada), que, en posesión del títulolicencia
correspondiente, se dedican profesional y comercialmente en
exclusividad al ejercicio de actividades de mediación y/u organización de
servicios turísticos, pudiendo utilizar medios propios en la prestación de los
mismos”.



Además he hallado que existen varios tipos de Agencias de Viajes y son los siguientes:


MAYORISTAS: proyectan, elaboran y organizan toda clase de
servicios y paquetes turísticos para ofrecerlos a las agencias
minoristas, no pudiendo ofrecer sus productos directamente el turista.

MINORISTAS: o bien comercializan el producto de las mayoristas al
turista o bien proyectan, elaboran, organizan y/o venden paquetes
turísticos al turista, no pudiéndolos ofrecer a otras agencias.

MAYORISTAS – MINORISTAS: simultanéan las actividades de los dos
grupos anteriores.

Otra clasificación puede hacerse según la procedencia de los viajeros:
RECEPTIVAS (INCOMING): atienden a los turistas una vez que llegan
al destino elegido (traslados de turistas al aeropuerto, puertos o
alojamientos; organización de excursiones en destino; cambio divisa;
alquiler vehículos, etc.).
EMISORAS (OUTGOING): atienden a personas que van a comprar un
servicio turístico suelto o un paquete con destino a otra área geográfica
distinta a la que se ubica la agencia.
EMISORAS – RECEPTORAS: simultanéan las actividades de los dos
grupos anteriores, existiendo departamentos especializados para cada
actividad.

No obstante, lo más interesante de esta entrada es conoce cómo funcionan las agencias de viajes en interrelación con otras empresas turísticas. Este esquema es  muy representativo:
ALOJAMIENTOS: las AA.VV. pueden reservar y vender servicios de
alojamientos suministrados por hoteles, casas rurales, apartamentos
turísticos y demás modalidades de empresas de alojamiento. La operativa
de estas reservas y ventas es la siguiente:
Reserva individual: para servicios sueltos, cobrando la agencia una
comisión pactada con el establecimiento.
Reservas para grupos: la operativa es similar al caso anterior, pero la
reserva se hace con mayor antelación.
Reservas para cupos: se realizan de manera anticipada para períodos
sucesivos de tiempo durante la temporada turística utilizando los BONOS.

RESTAURANTES: las AA.VV. pueden realizar reservas en restaurantes
como servicios sueltos o incluidos en un paquete (ej. Comidas en ruta en un
viaje organizado) cobrando las AA.VV. comisiones a los restaurantes.
TRANSPORTES: las AA.VV. pueden reservar, emitir y vender billetes de
todo tipo de transportes y alquilar vehículos como servicios sueltos.
En caso de que el servicio de transporte forme parte de un viaje combinado,
las empresas de transporte los suelen ofrecer a través de tarifas
confidenciales, más baratas que las que se publican a los clientes, que
nunca serán aplicables a la venta de billetes como servicios sueltos y que
no se dará a conocer al cliente.
SERVICIOS DIVERSOS: aquí se incluyen el resto de empresas
suministradoras de servicios que pueden ser: museos, monumentos,
parques de atracciones, parques temáticos, espectáculos, seguros de viaje,
etc.

Bueno, espero que esta información  os haya servido de ayuda tanto como a mí. ¡Hasta pronto amigos!





jueves, 11 de abril de 2013

3er día de investigación

Hello everybody!
Para seguir con mi investigación, he decidido averiguar qué significa el término franquicia y aclarar un poco en qué consiste, qué elementos la componen, en resumen, cómo funciona. Me he topado con una herramienta maravillosa de esta gran red llamada Internet que según me han dicho se denomina You tube.
Aquí os dejo un genial vídeo, que es como una película cortita y a todo color, en el que un hombre muy trajeado nos explica con bastante exactitud qué es una franquicia hoy día.

http://www.youtube.com/watch?v=EhRF9twIIwU

Lo que viene a decir este señor es lo siguiente:

  • Una franquicia es una relación jurídica y comercial entre el propietario de una marca comercial, marca de servicio, nombre comercial o símbolo publicitario y un individuo o grupo que desea utilizar esa identificación en un negocio. 

  • dirige la manera de conducir un negocio entre dos partes. 
  • vende bienes o servicios que son suministrados por el dueño de la marca o que cumplen sus estándares de calidad.
  • está basada en la confianza mutua entre el dueño de la marca y quien adquiere la franquicia. El franquiciador proporciona la experiencia empresarial (planes de marketing, gestión, asistencia financiera, localización, entrenamiento, etc.) lo que de otro modo no estaría disponible para el franquiciador, y a su vez, éste aporta el espíritu empresarial para hacer de la franquicia un éxito.

    Bueno, y para aclarar esto un poco más, podemos añadir que Existen dos tipos de franquicia:

    ·         Franquicia de producto o marca comercial
    ·         Franquicia de formato de negocio

    En la forma más simple, el franquiciador es dueño de los derechos de un nombre o marca comercial y vende estos derechos al franquiciado. Esto se conoce como “franquicia de producto o marca comercial”. La manera más compleja, “franquicia de formato de negocio” implica una relación más amplia entre las dos partes. En este modelo se provee un amplio rango de servicios, los que incluyen la selección de la ubicación, entrenamiento, suministro de productos, planes de marketing e incluso asistencia para obtener financiamiento.
    Al comprar una franquicia, el comprador a menudo puede vender bienes y servicios que cuentan con reconocimiento instantáneo de la marca, imagen y nombre, además puede obtener apoyo que lo ayude a tener éxito. Pero como cualquier inversión, la compra de una franquicia no es garantía de éxito.
    Una franquicia permite al inversor o franquiciado operar un negocio. Al pagar una cuota de franquicia, la que puede costar varios miles de dólares, se obtiene un formato o sistema desarrollado por la compañía dueña de la marca, el derecho de usar el nombre del franquiciador por un tiempo limitado y asistencia.
    Por ejemplo, el franquiciador puede ayudar a encontrar un lugar para instalar el negocio, proveer el entrenamiento inicial y un manual de operaciones, aconsejar en materias de gestión, administración, marketing o personal. Algunos franquiciadores ofrecen soporte continuo en forma de boletines mensuales, teléfonos gratuitos para asistencia técnica y seminarios o talleres periódicos.
    Mientras que comprar una franquicia puede reducir el riesgo de inversión permitiendo asociarse con una compañía establecida, esto puede ser costoso. También puede que se tenga que renunciar a una parte importante del control sobre el negocio por las obligaciones contractuales con el dueño.

    No obstante, esto me lleva a querer ver un ejemplo auténtico y actual de franquicia relacionada, por supuesto, con el sector turístico. Y buen ejemplo según he podido comprobar es Viajes El Corte Inglés, una franquicia turística a nivel internacional cuya labor va desde alojar huéspedes en hoteles a organizar cruceros y demás paquetes turísticos.