Hola bloggeros! Acabo de saber de que esta es la palabra con la que se denomina a los usuarios de este especie de diario que estoy componiendo de manera "digital" poco a poco, mi blog!
Estaba tranquilamente reflexionando sobre qué investigar hoy y me he dado cuenta de que no os he hablado demasiado sobre mi persona y sobre cómo inicié mi vida empresarial dedicada al turismo. Por eso, en esta entrada voy a hablaros sobre Cómo“Thomas Cook” (mi empresa) ha llegado a ser una de las empresas turísticas más
importantes del mundo y Cuál es su realidad actual.
Bueno, empezaré mi andadura comentando que el nacimiento del
turismo de masas organizado tiene un carácter casi bíblico, investido además del
elevado tono moral del evangelismo característico del siglo XIX.
En 1841, yo, un vendedor
de libros, predicador baptista y distribuidor de panfletos y opúsculos del condado
de Derby iba de camino hacia una reunión con mis cofrades en la virtud de la
templanza, reunión que había de celebrarse en Leicester, cuando me sentí de
pronto inspirado por «la idea de contratar un tren para transportar a los
amigos de la templanza desde Leicester a Loughborough, y también en el viaje de
vuelta, con objeto de que asistieran a la reunión de delegados que habría de celebrarse
trimestralmente». Finalmente, llevé a la práctica
la idea con inequívoca rapidez y eficacia. Semanas más tarde, 570 viajeros realizaron
este viaje a cargo del ferrocarril de los condados de las Midlands, pagando una
tarifa especial y reducida. Esta iniciativa no tardó en aplicarse también a
otras visitas a lugares tan
pintorescos como Matlock y el Monte Sorrel; en 1843, tres mil escolares de
Leicester efectuaron una excursión a Derby. Esta clase de «excursiones» pronto iban a ocupar la mayor parte de mi tiempo, hasta el extremo de que pronto iba a
proclamar mi convicción de que era necesario ampliar la capacidad de los
ferrocarriles, para que en ellos viajasen «millones de personas». A pesar de mi frenética actividad, aún tuvo tiempo, en 1846, para publicar un volumen de himnos
a la templanza, en el cual se incluyen estos versos imperecederos:
Seiscientos mil
borrachos marchan
hacia la condenación
y el infierno,
al tiempo que los
gemidos y el crujir de dientes
crecen en un coro
plañidero.
Es cuando menos
discutible que mi verdadero inicio como promotor de las «excursiones en
masa» fuese el viaje Liverpool-Caernarvon de 1845. Los turistas llegaron a
Liverpool en ferrocarril, desde donde fueron transportados a Caernarvon en un
vapor especialmente fletado para la ocasión; el grandioso
punto final fue una
ascensión a la cumbre del Snowdon. Los anuncios que se hicieron de este
viaje causaron una gran sensación, y la respuesta de los ciudadanos de a pie
fue tan abrumadora que se hizo necesario preparar un segundo viaje. Me ocupé prácticamente de todo; hice un estudio preliminar de los alojamientos
disponibles y de las comodidades existentes, y publiqué un Manual del viaje a Liverpool . Animado por el éxito, experimenté entonces su segunda
«revelación», esta vez en un entorno más adecuado por lo dramático: «Desde la
cumbre del Snowdon, mis pensamientos volaron hacia Ben Lomond, y tomé la
determinación de intentar llegar a Escocia». No tardó, lógicamente, en producirse
una invasión de Escocia llevada a cabo por los excursionistas, en 1846 y 1847.
Desde 1848 hasta 1863, Cook organicé personalmente giras con guía por toda
Escocia, contando con unos cinco mil turistas por temporada. En ese mismo período
se abrió la veda, por así decir, en Lake District, en la isla de Man y en Irlanda.
En 1848, realicé la primera visita guiada a una «casa noble», al aprovechar
que el Duque de Rutland abrió su Castillo de Belvoir a los turistas traídos por
él. Poco después, el Duque de Devonshire recibió en Chatsworth a 1.200 excursionistas.
Al caer ante su ímpetu las ciudadelas de la aristocracia, no es de extrañar que
un personaje de tan humilde origen como yo ampliase mis miras e idease
perspectivas cada vez más atrayentes.
Terminé por hallarme
tan imbuido por el espíritu del turismo que en seguida empecé a
contemplar la
posibilidad de realizar viajes al extranjero, ya fuese por el continente
europeo, los Estados
Unidos y las Tierras Bíblicas.
Durante la primera
mitad del siglo XIX cayeron por su propio peso los últimos obstáculos que se
interponían ante el turismo organizado y en masa. Al año siguiente de la
batalla de Waterloo se realizó la primera travesía en vapor del Canal de la Mancha;
el escenario de la batalla se convirtió en una de las principales
atracciones turísticas. En 1821 ya operaba un servicio regular entre Calais y Dover. En
1828 se tendieron las primeras vías ferroviarias en Francia y en Austria, y en
1848 el ferrocarril alcanzó las hasta entonces inhóspitas tierras de Suiza.
Toda esta revolución de la tecnología del transporte generó de inmediato una notable
expansión del turismo en Europa. Estaba preparado el terreno, evidentemente
continuando la tradición del Grand Tour, pero también gracias a la creciente
popularidad de los balnearios y de los lugares de veraneo a orillas del mar, que
databa ya de finales del siglo XVIII. A mediados del siglo XIX, pasar las vacaciones
relativamente lejos de la ciudad en la que se residía durante todo el año había
terminado por convertirse en costumbre inveterada de un grupo social más
numeroso que nunca. Mi iniciativa de así como mi capacidad de organizador, dieron
el impulso definitivo a esta costumbre.
Se me consideró el perfecto
empresario, un brillante oportunista, presto a detectar cuáles eran las
necesidades reales de mi clientela, convencido además de la absoluta corrección
moral de lo que estaba haciendo. Entre mi moralidad filantrópica y mi mentalidad de negociante no se produjo ninguna fricción, ya que una y otra terminaron
por ser aliadas inseparables. Consideraba el ferrocarril como una inmensa y benéfica
fuerza de índole social. Mis excursiones se realizaban sobre uno de los
principios fundamentales de la filosofía de Bentham: «el máximo beneficio para
el mayor número de personas que sea
posible y al coste más bajo que se pueda obtener». Dediqué mucho tiempo a
convencer a los directores de las compañías ferroviarias y de vapores de que no
estaba predicando el altruismo, sino un negocio muy rentable. Tuve plena
constancia de ser todo un innovador; un viaje organizado como el de
Liverpool-Caernarvon era algo que antes nunca se había llevado a cabo. En el
«excursionismo» terminó por ver un agente de la democratización, y en 1861 puse de manifiesto la sinceridad de los principios democráticos
en que se basaba al organizar una excursión a París compuesta por mil
quinientas personas en apoyo de una manifestación obrera. En tal ocasión perdí 120 libras esterlinas, y describí mi iniciativa como «una empresa realizada
por amor y sin beneficios». No obstante, al año siguiente organicé una
excursión de similares características. A pesar de estos
prometedores inicios, este turismo fundado en la conciencia política no dio
muestras de materializarse en nada concreto; de hecho, no parece posible imaginar
a un moderno operador turístico que organizase viajes en apoyo de las manifestaciones
estudiantiles y obreras celebradas en París en mayo de 1968. Al parecer, sigo siendo
hoy en día el más claro apologeta del turismo organizado; sin ninguna clase de reservas
ví en mi obra «algo íntimamente relacionado con las grandes empresas en beneficio
del progreso humano». Esta previsión, no obstante, veo no ha llegado a cumplirse; el turismo ha sido un instrumento notablemente ineficaz si se
trata de promover la igualdad entre las personas; como aliado de los oprimidos,
no ha servido de nada. En la época en que se produjeron mis primeras innovaciones , saltaba particularmente a la vista el hecho de que las personas que tenían
a su disposición medios si acaso modestos contaban por vez primera con más oportunidades
de viajar que nunca; por si fuera poco, la cantidad y la variedad de los destinos
posibles se hallaba en continuo aumento. Durante el invierno de 1850-1851, había empezado a negociar un «tour» por los Estados Unidos, aunque me distrajo de este
proyecto cuando se me ofreció la posibilidad de organizar excursiones en tren a
la Gran Exposición de 1851.
Llevé nada menos que a 165.000 personas al
Crystal Palace, sede de dicha exposición. Después de este éxito, la Exposición
de París de 1851 se me presentó como la ocasión idónea para llevar a cabo la
primera invasión excursionista del continente. Sin embargo, tuve que hacer
frente a una intensa oposición. Las compañías que controlaban el tráfico del
Canal de la Mancha no se mostraron ni mucho menos entusiasmadas con la idea, y tan sólo pude organizar un «viaje a Francia», desde Leicester a Calais. De
todos modos, no era un hombre que me dejase desanimar fácilmente, y al año
siguiente conseguí organizar mi primer «gran "tour" circular por el
continente».
El itinerario era el siguiente:
Harwich, Amberes,
Bruselas, Colonia, el Rin, Estrasburgo, París, Le Havre y Southampton. Tuvo tal
éxito que se vio obligado a repetir este «tour» seis semanas más tarde. En
estos primeros «tours» guiados por el continente participaron tan sólo unos cincuenta
excursionistas; hasta comienzos de la década de 1860, Inglaterra siguió siendo
el principal teatro de mis operaciones . Solamente a finales de la década de
1850 empecé a lograr considerables beneficios del turismo, aparte de mantener
su intensa actividad de reformista social, realizando vigorosas campañas en pro
de la derogación de las leyes del maíz.
A pesar de todo lo comentado, podemos de decir que mi verdadera conquista de
Europa empezó en serio en
1862, año en el que
cerré un acuerdo con la compañía ferroviaria de Brighton para preparar el
tránsito de pasajeros al continente desde Newhaven a Dieppe. Mis excursiones
parisinas son las primeras auténticas excursiones guiadas en grupo; de
antemano se habían resuelto todos los detalles relativos al transporte y al alojamiento,
y los turistas eran por lo general gentes de medios limitados. Había sustituido
el sistema velturino del Grand Tour, y cumplí con todas mis obligaciones contractuales
con muchísima más eficacia y honestidad que anteriormente. No pasó demasiado
tiempo hasta que otros imitaron mi ejemplo; en 1863, la agencia Stangen se
había establecido en Breslau. Stangen pronto se trasladó a Berlín, y en seguida
se convirtió en un serio competidor .
En 1863, realicé una visita a Suiza, donde descubrí que tanto los hoteleros como los
propietarios de las líneas ferroviarias saludaron con gran entusiasmo mis ideas
y propuestas; no tardó en realizarse el primer «tour
personalmente
guiado». En 1864 escribí lo siguiente:
Francia y Suiza me
ofrecen en la actualidad un campo casi ilimitado para operar con el
turismo. Por el
momento, me veo en París, rodeado por unos quinientos o seiscientos
turistas, a los
cuales espero que esta noche se sumen otros cuatrocientos o quinientos más.
Además, otro grupo de
ciento y pico ha partido ya hacia Suiza...
Mi paso siguiente,
inevitablemente, tenía que ser Italia,
el más ilustre y venerable de todos
los destinos turísticos. Realicé personalmente un estudio de Turín, Milán,
Florencia y Génova, con objeto de familiarizarme con sus atracciones turísticas
y sus instalaciones disponibles. En 1864 salió de Inglaterra la primera excursión
organizada con rumbo a Italia; se habían solicitado muchas más plazas de las
que estaban previstas. El impacto del sur no me llevó a renunciar a mis principios
y a la defensa acérrima de la templanza; aun cuando no pude impedir que mis
turistas probasen los vinos italianos, les aconsejé claramente que no invirtiesen
«sus dineros en pescarse una diarrea». En la década de 1860 introduje los cupones de tren y hotel. Con meticulosidad de costumbres, probé personalmente el sistema, viajando
primero por Italia y luego hasta Viena, y desde allí, por el Danubio, hasta Hungría,
para volver a Suiza pasando por el Tirol. (En la década de 1890, eran unos 1.200
los hoteles de todo el mundo que aceptaban en pago mis cupones). A partir de
1868, organicé giras por Suiza y por el norte de Italia. A pesar de mis rivales
y competidores, como Stangen, el turismo en Europa era mi dominio .
También tuve que
hacer frente a quienes me criticaron. Charles James Lever, crítico y novelista
irlandés, me atacó en reiteradas ocasiones desde las páginas del Blackwood's
Magazine. La nueva raza de turistas le inspiró el más profundo desprecio;
describió las ciudades de Italia tachándolas de «lugares infectos, invadidas
por estos personajes que transitan a centenares, y es que no se separan en ningún
momento; se les ve de cincuenta en cincuenta, o puede que más, arremolinados en
torno a su director, que tan pronto va en cabeza como a la cola del grupo,
guiándolo como un perro pastor...» Si hay que creer a Lever, los hombres que
integraban estos grupos eran «en su mayoría ancianos, temerosos y entristecidos;
las mujeres, tal vez algo más jóvenes, visiblemente agobiadas por el viaje, se
mostraban algo más animadas, más despiertas y chistosas». Ruskin se lamentaba
de que los hábitos sin duda más lujosos del Grand Tour hubiesen pasado a mejor
vida, aun cuando la actitud más generalizada quizá sea la que ejemplifica un
«poema», por llamarlo de algún modo, escrito por un tal John Close, en el cual
figura el siguiente verso: Saludemos todos a Thomas Cook, hombre de miras
filantrópicas... El propio Mark Twain proclamó con entusiasmo desbordante: Cook
ha conseguido que viajar sea más fácil que nunca, que sea todo un placer. Es
capaz de vender al más pintado un billete a cualquier rincón del globo, o a
varios lugares de una sola vez, aparte de proporcionar el tiempo necesario para
disfrutar de todo ello. Se encarga de ofrecer alojamiento en cualquier parte
del mundo... además, es imposible que el viajero se sienta timado, ya que los
cupones indican con toda claridad qué cantidad debe abonar...
Había realizado mi primer viaje exploratorio a América en 1866. Descubrí que ya
estaba en funcionamiento el «American Express», aun cuando no dispusiera aún de
un sistema de excursiones plenamente desarrollado. La primera excursión a
América se realizó en aquel mismo año. Un año antes, «Thomas Cook & Son»
había establecido su primer despacho oficial en Londres, en el 98 de Fleet
Street. Mi hijo, John Mason Cook había unido fuerzas a las mías en calidad de socio
permanente, encargándose de la delegación londinense de la empresa. A partir de
entonces, la historia de «Thomas Cook & Son» iba a ser una historia de
continuas expansiones y de prestigio en progresivo aumento. Una de nuestras excursiones, realizada para 20.000 personas con destino a la Exposición de
París de 1867, recibió el beneplácito personal de Napoleón III. En la nueva
época del turismo organizado, la nostalgia que manifestara Ruskin por aquellos
lujos característicos del viaje aristocrático del siglo XVIII, así como las
burlas elitistas de Lever, iban a ser simples voces que predicaron en el
desierto. Al margen de Lever, muy pocos parecían haberse preocupado por el
efecto que tendría sobre la población nativa de los países visitados aquella
nueva avalancha de gentes de baja crianza, protoxenófobas y lingüísticamente
ignorantes: Se mofan de nuestras ceremonias eclesiásticas, ridiculizan nuestra
cocina, critican nuestra manera de vestir, violan continuamente nuestra lengua.
¿Cuánto ha de durar nuestra paciencia, cuánto habremos de aguantar estas
afrentas?
De cuando en cuando,
el progreso continuado de «Thomas Cook & Son» se encontró con diversos
estorbos, debidos principalmente a los improperios de la opinión pública local.
Cuando mi hijo y yo adquisimos el funicular del Vesubio, se negaron a pagar a los
guías de montaña las 900 libras esterlinas que habíamos conseguido arrancar
a los anteriores propietarios. Los guías, a manera de represalia, incendiaron
la estación del funicular, arrojaron tres vagones a un cráter y cortaron la
línea. Semejante arranque de pasión latina de poco podía servir frente a mi talante flemático y metódico, así que me limité a cerrar las instalaciones
hasta que la absoluta escasez de turistas puso de rodillas a los nativos
rebeldes. Me costó tan sólo seis meses domeñar su carácter levantisco. «Thomas
Cook & Son» no tardó en ejercer una influencia comparable a la del
gobierno. Según comentario de uno de nuestros contemporáneos, «el mundo pertenece a
Thomas Cook». En 1872, realizé mi
primera vuelta al mundo, tras lo cual comenté: «Esto de dar la vuelta al mundo es un negocio muy sencillo, casi imperceptible...»
A pesar de ello, fue la agencia alemana de Stangen la primera que organizó una vuelta al mundo, en 1876. En aquella época, «Thomas Cook & Son» se había dedicado intensivamente al Oriente Próximo. Ya en 1868, habíamos realizado un viaje de sondeo por Constantinopla, Beirut, Jaffa, Alejandría y El Cairo. En diciembre de 1868 anuncié que iba a realizar una gira por Palestina y el Nilo durante la primavera siguiente. La gira de Palestina le supuso laboriosas gestiones y negociaciones con los jeques de la zona, anticipándome quizá a la reciente gira que ha realizado la actual agencia Cook por Nueva Guinea (algo que,por supuesto, he averiguado recientemente). Los turistas viajaron con todas las comodidades disponibles, alojándose en lujosísimas tiendas de campaña. El monopolio de «Thomas Cook & Son» en esta zona llegó a tal extremo que en 1898 fuimos los responsables de organizar la peregrinación a Tierra Santa del káiser Guillermo II. Nuestra ampliación del poder e influencia resulta abiertamente visible en Egipto. En 1807, mi hijo fue oficialmente designado por el Jedive para que hiciera las veces de agente del gobierno encargado del tráfico de pasajeros por el Nilo. En 1875 convenció al Jedive para que autorizase la creación de un servicio de pasajeros en barco de vapor que iba a recorrer el tramo comprendido entre la primera y la segunda catarata, tras ser designado agente único del servicio postal en todos los vapores del gobierno. En 1880, el gobierno egipcio me dió el control exclusivo de todos los vapores dedicados al tráfico de pasajeros. Me encontré de este modo en una posición de importancia decisiva en la vida del país; no puede considerarse ni mucho menos decisiva en la vida del país; no puede considerarse, ni mucho menos una exageración lo dicho por G.W. Steevens: «el dueño y señor nominal de Egipto es el sultán; el verdadero dueño y señor es Lord Cromer. Su gobernador nominal es el Jedive, y su gobernador verdadero... es Thomas Cook». De ahí a participar directamente en diversas cuestiones políticas no quedaba más que un paso. Cuando el tráfico de viajeros de placer por las aguas del Nilo tuvo que suspenderse debido a la revuelta de Arabi Pachá, en la década de 1880, mi hijo y yo nos dedicamos a transportar soldados. El Ministerio de la Guerra del Imperio Británico nos confió el transporte rápido de sus mejores tropas. Después de estos disturbios, y después del fracaso con que se saldó la intervención de Gordon, tuvimos que reconstruir por completo de flota de que disponían, dado que los vapores originales habían quedado inutilizados. En 1890 contábamos con quince nuevos vapores que operaban en calidad de hoteles flotantes. En 1887, abrimos de hecho un hotel en Luxor. No solamente iba a ser el primer hotel de lujo de Luxor, sino el primero de los Cook. Tuvo un éxito inmediato, y rápidamente se inició la construcción de un segundo hotel.
primera vuelta al mundo, tras lo cual comenté: «Esto de dar la vuelta al mundo es un negocio muy sencillo, casi imperceptible...»
A pesar de ello, fue la agencia alemana de Stangen la primera que organizó una vuelta al mundo, en 1876. En aquella época, «Thomas Cook & Son» se había dedicado intensivamente al Oriente Próximo. Ya en 1868, habíamos realizado un viaje de sondeo por Constantinopla, Beirut, Jaffa, Alejandría y El Cairo. En diciembre de 1868 anuncié que iba a realizar una gira por Palestina y el Nilo durante la primavera siguiente. La gira de Palestina le supuso laboriosas gestiones y negociaciones con los jeques de la zona, anticipándome quizá a la reciente gira que ha realizado la actual agencia Cook por Nueva Guinea (algo que,por supuesto, he averiguado recientemente). Los turistas viajaron con todas las comodidades disponibles, alojándose en lujosísimas tiendas de campaña. El monopolio de «Thomas Cook & Son» en esta zona llegó a tal extremo que en 1898 fuimos los responsables de organizar la peregrinación a Tierra Santa del káiser Guillermo II. Nuestra ampliación del poder e influencia resulta abiertamente visible en Egipto. En 1807, mi hijo fue oficialmente designado por el Jedive para que hiciera las veces de agente del gobierno encargado del tráfico de pasajeros por el Nilo. En 1875 convenció al Jedive para que autorizase la creación de un servicio de pasajeros en barco de vapor que iba a recorrer el tramo comprendido entre la primera y la segunda catarata, tras ser designado agente único del servicio postal en todos los vapores del gobierno. En 1880, el gobierno egipcio me dió el control exclusivo de todos los vapores dedicados al tráfico de pasajeros. Me encontré de este modo en una posición de importancia decisiva en la vida del país; no puede considerarse ni mucho menos decisiva en la vida del país; no puede considerarse, ni mucho menos una exageración lo dicho por G.W. Steevens: «el dueño y señor nominal de Egipto es el sultán; el verdadero dueño y señor es Lord Cromer. Su gobernador nominal es el Jedive, y su gobernador verdadero... es Thomas Cook». De ahí a participar directamente en diversas cuestiones políticas no quedaba más que un paso. Cuando el tráfico de viajeros de placer por las aguas del Nilo tuvo que suspenderse debido a la revuelta de Arabi Pachá, en la década de 1880, mi hijo y yo nos dedicamos a transportar soldados. El Ministerio de la Guerra del Imperio Británico nos confió el transporte rápido de sus mejores tropas. Después de estos disturbios, y después del fracaso con que se saldó la intervención de Gordon, tuvimos que reconstruir por completo de flota de que disponían, dado que los vapores originales habían quedado inutilizados. En 1890 contábamos con quince nuevos vapores que operaban en calidad de hoteles flotantes. En 1887, abrimos de hecho un hotel en Luxor. No solamente iba a ser el primer hotel de lujo de Luxor, sino el primero de los Cook. Tuvo un éxito inmediato, y rápidamente se inició la construcción de un segundo hotel.
Ya desde el primer
momento, nuestra empresa en Egipto iba a estar revestida de un
carácter muy distinto a su empresa en Europa. Iba a resultar más grandiosa y
más lujosa; por decirlo con mayor exactitud, iba a ser una empresa de dimensión
imperial. No sólo eramos los representantes del imperialismo británico en
Egipto, sino que eramos también fundamentales para que dicho imperialismo fuese plenamente
operativo. Ya no se trataba, allí, de las aventuras filantrópicas emprendidas poco
después de mediados de siglo, sino de un turismo destinado a los aristócratas y
a los propietarios de intereses coloniales, que puede incluso compararse con el
turismo romano en Egipto. La
mayor parte de los turistas romanos en Egipto eran oficiales o soldados de
permiso. Para los británicos, Egipto era un estado dependiente de la corona, y
una parada y fonda muy conveniente a lo largo de la ruta directa de la India.
El carácter de este turismo victoriano y eduardiano en Egipto queda
ejemplificado en las resonancias de ciertos nombres de hoteles: así, el Windsor
Palace, en Alejandría; el Semíramis, en El Cairo; y el Palacio de Invierno, en
Luxor. Se trataba de hoteles literalmente palaciegos. El Semíramis de El Cairo,
aunque un tanto ajado, aún conserva todo un salón de espejos «a la Versailles»,
un comedor recargadamente ornamentado y una hiperabundancia superflua de
palmeras plantadas en pies de plata escupulosamente bruñidos. El Palacio de
Invierno, en Luxor, deja todo esto atrás: se trata de una monstruosidad descomunal
de arenisca rosa intenso, cuyas estancias públicas están casi intactas, con sus
suelos de parquet, sus sillas de caoba y un ambiente a un tiempo lúgubre y suntuoso.
Las habitaciones privadas ostentan los nombres de aristócratas, políticos y arqueólogos
británicos. El hotel domina por completo sobre el Nilo, hasta los acantilados
de la Necrópolis Real de Tebas. Monumento, así pues, a las pretensiones imperialistas
de la Europa decimonónica, es de justicia que se encuentre frente a los monumentos
funerarios de uno de los imperios más antiguos. Como he podido comprobar ahora, no deja de ser incluso irónico
que el viejo Palacio de Invierno haya sido sobrepasado por el Nuevo Palacio de
Invierno, una nueva edificación parasitaria, compacta, con aire acondicionado,
adherida al ala norte de la antigua construcción.
En el siglo XIX,
Egipto no era sino una lejana provincia, autónoma además, del decrépito Imperio
Otomano. Tras haber sido testigo de la grandeza y la decadencia de los imperios
faraónico, ptolemaico, romano, fatimí y mameluco, todo su poder político y su
vitalidad cultural habían quedado en suspenso por espacio de varios siglos. Se
trataba en definitiva de un museo ideal, al aire libre, en el que, por si fuera
poco, no llovía nunca. Podía recorrerse en barcos de lujo, equipados como los
hoteles.
Egipto era además
proveedor, para los ansiosos artistas de la Europa decadente, de algunos de sus
motivos predilectos, de los cuales cabe destacar la Esfinge, que tan prominentemente
figura en la obra de Oscar Wilde y Gustave Moreau. Impresionados por la «escala
inhumana y el despiadado poder» de la arquitectura faraónica, los decadentes y
estetas europeos se sintieron muy tentados de meditar en torno a la siniestra
fascinación que ejercía sobre ellos el antiguo Egipto. El maravilloso perfil,
digno de las Mil y una noches, que ofrecía El Cairo al atardecer, constituyó
otra de las obsesiones típicas del fin de siglo. El oriente de Bizancio y del
Islam ejercieron una especial fascinación en el caso de ciertos escritores
franceses del siglo XIX: Gautier, Flaubert y Nerval, entre muchos otros. Una
visita a Oriente Próximo era considerada entonces una terapia excelente para
todos aquellos románticos aquejados del mal de amores. En la década de 1840,
Gérard de Nerval se había instalado en El Cairo, en compañía de una amante
javanesa que había adquirido en un mercado de esclavos. La costumbre que ésta
tenía de llenar su lecho de cebollas (debido a su aroma sosegante y a sus
connotaciones religiosas) pronto resultó, sin embargo, insostenible, y Nerval
se ofreció a enviársela a Gautier. «Thomas Cook & Son» posibilitó que los
estetas y los decadentes visitaran Egipto sin sacrificar ni un ápice de su
sibaritismo, y el amante de Oscar Wilde, Lord Alfred (Bosie) Douglas, figuró
entre quienes sacaron mejor partido de aquella red de comunicaciones. La
tradición la mantuvo Ronald Firbank, el gran sucesor de Wilde en calidad de
apóstol del ingenio y del dandismo, que realizó una extensa gira por el Nilo en
los años veinte, ya en nuestro siglo, de quien se dice que incluso pudo sofocar
un motín con sus propias manos.
En la década de 1880,
mi empresa era ya toda una institución del Imperio Británico.
Mi hijo partió hacia la India en 1880 con el beneplácito de Gladstone;
se diría que él mismo consideró su misión en términos diplomáticos: «...así como
sería excelente disponer todos los pormenores de las visitas que los ingleses hicieran
a la India, no estaría de más inducir a los hindúes más acaudalados a visitar Egipto».
El turismo en tanto agente del progreso humano había pasado a ser agente para
la consolidación del Imperio, es decir, un sistema mediante el cual la clase dominante
del país conquistado podía verse inducida a identificarse más incluso con la clase
dominante de la potencia conquistadora. Mi adorado Jason estableció sus delegaciones
en Bombay y en Calcuta, formando el «Departamento de los Príncipes de Oriente».
En 1887, este departamento llevó a cabo las disposiciones necesarias para la
visita que los príncipes hindúes realizaron con motivo de las celebraciones de las
Bodas de Oro de la Reina Victoria. Estos viajes principescos a menudo
resultaron extraordinariamente ostentosos, hasta el extremo de comprender, por
ejemplo, doscientos sirvientes, diez elefantes y treinta y tres tigres
domesticados. Según he sabido, el Departamento de los Príncipes de Oriente existía aún en los
años cincuenta, cuando John Pudney escribió una biografía mía.
No sería justo pensar
en mi implicación en la India como una cuestión derivada puramente de
la necesidad de cumplir con la extravagancia de los príncipes. A mi compañía se
le encomendó asimismo la tarea de reorganizar el tráfico de peregrinos de la
India a La Meca que, hasta entonces, había sido objeto de toda clase de escándalos.
A mi hijo y a mí se nos otorgó prácticamente un monopolio; al igual que los peregrinos
cristianos a Tierra Santa, los musulmanes hindúes pronto disfrutaron de nuestra tremenda
honestidad y de nuestra excelente capacidad de organización. Aprovechándo los avances de la tecnología del transporte, «Thomas Cook & Son» llevó a
cabo toda una revolución en el turismo ya a finales de siglo.
El turismo había dejado de ser coto vedado de los aristócratas y los excéntricos peripatéticos: se había convertido en una industria. Armado con los cupones de ferrocarril y de hotel que emitía la agencia Cook, el turista podía exigir precios uniformes y unos criterios mínimos de servicio y alojamiento. En realidad, esta estandarización fue un arma de doble filo: por una parte, supuso un mayor confort y una disminución del papel del propio turista en la toma de decisiones de verdadera importancia; por otra parte, supuso una clara disminución de los elementos de auténtica novedad, de aventura, propios del turismo en sí. Era poco probable que el turista experimentase alguna incomodidad, algún azoramiento, pero también era poco probable que llegara a contactar en realidad con el país
El turismo había dejado de ser coto vedado de los aristócratas y los excéntricos peripatéticos: se había convertido en una industria. Armado con los cupones de ferrocarril y de hotel que emitía la agencia Cook, el turista podía exigir precios uniformes y unos criterios mínimos de servicio y alojamiento. En realidad, esta estandarización fue un arma de doble filo: por una parte, supuso un mayor confort y una disminución del papel del propio turista en la toma de decisiones de verdadera importancia; por otra parte, supuso una clara disminución de los elementos de auténtica novedad, de aventura, propios del turismo en sí. Era poco probable que el turista experimentase alguna incomodidad, algún azoramiento, pero también era poco probable que llegara a contactar en realidad con el país
que había acudido a
visitar. El sistema de excursiones con guía que patentamos redujo el
destino del turista a un limitado número de atracciones que había que ver, y poco
más.
casi no lo podía creer, había expandido
asimismo el espectro geográfico del alcance del turismo. Si las ciudades de Italia resultasen estar repletas de hombres «tristes,
agotados», y de mujeres jóvenes y «chistosas», el aristócrata y el aventurero
podían contemplar por ejemplo Egipto, Tierra Santa o la India, países más a la
altura de sus exigencias, en los cuales el turismo que yo había originado había tomado una
forma esencialmente diferente. En Europa, el turismo organizado por mi compañía amplió
los privilegios de las clases altas y acomodadas a la pequeña burguesía de los
países industrializados; en relación con el campesinado de Italia, el turista
inglés asumía una categoría casi de aristócrata, y en la mayor parte de los
casos, evidentemente, había dejado de serlo. En las colonias del Imperio, el
turismo de los hoteles y los barcos palaciegos expresa y refuerza más aún las
divisiones terminantes, jerarquizadas, existentes entre los blancos de la clase
dirigente y las gentes de color; se dedica por entero a la comodidad y el entretenimiento
de los aristócratas. Es irónico que una de las motivaciones más ostensibles de
este tipo de turismo siga siendo la admiración del «pasado glorioso» por parte
de los pueblos sometidos.







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